
Les platicaba anteriormente como comenzó mi camino al minimalismo y a una existencia más consciente y pausada.
Les conté como la enfermedad fue el motivo perfecto para darme cuenta y tomar conciencia y acción sobre la vida que estaba viviendo y que una vez consciente me resultaba abrumadora, cansona y sin sentido. Fue un tremendo porrazo ver en la tremenda incongruencia que vivía, por un lado sabía (gracias a la maestría que estudiaba) que la persona era lo más importante y que el desarrollo de todo su potencial era lo que la iba a llevar a una vida significativa, y por el otro lado yo vivía en automático, dejándome arrastrar por la vorágine social.
Lo que más recuerdo de esa época de la convalecencia,es que no dejaba de preguntarme: ¿Para qué?
Nunca cuestioné con un ¿Por qué a mí? la enfermedad, sinceramente tenía miedo que la respuesta fuera: ¿Y por que no?, ¿eres alguien especial o porqué razón no te podía pasar algo así?
Pero los Para qué se acumulaban: todo a mi alrededor era Paraqués…
¿Para qué necesitaba vivir está enfermedad? ¿Para qué me estaba quedando en este plano aún? ¿Para qué iba a utilizar los siguientes días de mi existencia? incluso otros para qué que pueden sonar más superfluos pero que no son más que el reflejo de lo que en mi desordenada mente habitaba: ¿Para qué había acumulado tantas cosas? ¿para qué guardaba esto o aquello?, ¿Para qué lo iba a dejar ir si me deshacía de él?
Una buena frase que funciona en el camino de aligerar la carga (más que abrazar las cosas y saber si te hacen feliz o no) es preguntarte quedito, como habládote al oído y con el corazón: ¿Para qué?
Así que las siguientes tres semanas posteriores a la operación (yo supe de mi enfermedad un martes y el domingo ya estaba en cirugía de mastectomía radical), mientras transitaba la convalecencia, con toda la calma fui meditando y accionandome para vivir una vida diferente.
1. Ya me había dado cuenta y había tomado consciencia de donde estaba exactamente parada en mi existencia
2. No tenía claro ¿Para qué estaba aquí? (de hecho creo que sigo sin saberlo con certeza), pero sí tenía claro que mientras existiera, no me iba a dar el lujo de desperdiciar más minutos y vida en cosas que solo me restaban más que sumarme.
Todo comenzó como pensamientos y certezas para después convertirse en pequeñas acciones que ya juntas era un enorme cambio y se comenzaba a notar. En mi caso, fue tan sencillo como comenzar con lo que tenía a la mano desde la cama donde me recuperaba los cajones de mis burós. De ellos saqué un par de libros por leer (que no creo que haya leído al día de hoy), cremas de manos, accesorios, usbs con música, papelitos y cartas, plumas que ya no tenían tinta, libritos de oraciones que me han regalado familiares, varios pares de lentes que ya tenían graduaciones obsoletas (soy tan míope que necesito lentes de fondo de botella) y un sinfin de cosas que ahora mismo no recuerdo, señal que no eran importantes.
Dejé solo lo que realmente necesitaba en un cajón de buró: mis lentes con la graduación correcta, una sola crema de manos que me suelo poner por la noche, mi mp3, un rosario que me dio mi abuela y que sí, suelo utilizar (no me juzguen, cada quién creemos en algo) y unas toallitas desechables.
Todo lo demás… adivinaron: ¡fue basura! nada estaba para reciclarse o donarse a excepción de los libros.
Fue así que poco a poco fuí desentilichando cada espacio de mi habitación. En esto de caminar al minimalismo, a veces crees que todo tiene que ocurrir en 2 horas cual episodio de serie de Marie Kondo (de ella y su método no tan «in» para mí hablamos después). Pero no es así, incluso el desentilichar debe ser pausado y consciente, es un ejercicio de vaciar que no solo implica lo físico sino lo mental y emocional, porque la realidad es que somos seres integrales y no podemos accionar de forma completa si no lo hacemos con todos nuestros sentidos.
Me sirvió en ese entonce el método de los tres letreros:
- Tirar y reciclar
- Reparar
- Regalar y Donar
Así que sin presiones, piensa y medita ¿Para qué tengo lo que tengo?
Y si deseas accionar enfócate en esa pequeñez que te está robando en este preciso instante la paz. Tal vez es algo tan sencillo como tu bolsa, maleta o mochila, el cajón de tu escritorio en la oficina, tu automóvil, un cajón con ropa o como a mí: el cajón de tu buró.
Nos leemos después para ahondar en el método de los tres letreros que a mí me funcionó.
María Fernanda